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Se presentó de improviso. Así, sin llamar si quiera a la puerta. Yo me acababa de levantar y me estaba esperando sentado en el salón. Se trataba de mi cumpleaños. Todos los años por estas fechas me hace lo mismo.

Pero quién era yo para echarlo de allí. ¿Y empezar la discusión de siempre? Yo le digo que me hace más viejo, y él insiste en que me hace más sabio y bla, bla, bla. ¿Qué podía hacer? Además, no venía solo. Traía un regalo consigo. Una señora bicicleta de montaña. Tan prontó la vi me lancé de rodillas y abracé la rueda delantera enérgicamente. Esbozando mi mejor sonrisa le agradecí: » Qué detalle has tenido, no hacía falta…»

Y antes de que pudiera responderme salí por la puerta gritando:

– ¡Bicicleta dame alas! ¡Quiero volaaaaaaar…!

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 Entre carcajadas tomé carrerilla y me elevé por encima de las casas de West Liberty. Los pájaros me acompañaban.

– Por aquí, seguidme. – vine a decir, mientras señalaba al frente con el índice-

Se veía tan lindo el pueblo desde las alturas. Nadie notaba mi presencia. Volé por encima de la Biblioteca y el Ayuntamiento; bajé la Sexta hasta el campo de béisbol y me detuve a mirar. A un lado los mejicanos jugando al soccer. Al otro, las chicas -americanas- jugando al softball, que viene a ser como el béisbol, pero con una pelota más grande. Recuerdo reír para mis adentros » Así cualquiera». 

beisbol

En ese preciso instante la pelota salió disparada hacia el cielo a gran velocidad. ¿ La atajo? – pensé-. ¡Clonk! Demasiado tarde, la pelota ya había impactado en la bicicleta. Mis alumnas de 3º y 5º me señalaban: ¡Hey Mr. Otero! Sus padres, acomodados en sillas de picnic se reían del incidente. Ondeé la mano y salí volando como pude.   

Pedalea que te pedalea desaparezco pronto del lugar. Al poco alcanzo el otro extremo del pueblo, donde la imprudencia me lleva a  aterrizar sobre una caseta de madera, ahora hecha añicos, levantando una gran polvareda a mi alrededor. Cómo no, siempre hay un perro buscando algún acontecimiento que ladrar.

 broken

Entonces me doy cuenta: » Con las prisas he dejado mi sombra atrás; con tan mala fortuna, que se ha llevado mi bicicleta. Ahora tendré que vover a casa andando. Quién sabe qué demonios estará haciendo. »

Me sacudí la ropa y traté de orientarme hacia casa. ¿Cuál es el norte? Veamos… el norte debe estar… No, no lo creo.

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SOMBRA.

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Libre, soy libre y ya nada me ata. Los pájaros me trinan, cantan al verme rodar. Saludo al mirlo y al cardenal. Me sobrevuela una urraca azul y observo al pájaro carpintero hacer un nido con las vainas secas de un arce. Parece esmerarse en la artesanía. Es la primera vez que lo veo en actitud tan sigilosa. Todo es paz  y reposo en este pueblo. Los caminos no tienen final.

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Una mofeta corre a la intemperie y se guarece bajo una alcantarilla. ¿Hay alguien ahí? Nadie responde. Emprendo el camino de gravilla paralelo a las vías del tren. Un coche de policía parece controlar el escenario. Me deslizo con cautela, sonrío a la antigua ermita y sigo rodando.

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 El Sol comienza a desinflarse y en apenas una hora yacerá tras el horizonte. Debo darme prisa si quiero llegar a casa antes y reunirme con mi yo. Seguro se habrá llevado un buen susto. Pero no hay de qué preocuparse, siempre terminamos reconciliándonos.

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